Camí cap a Ítaca: ¿Catalunya vs España? (2)

El martes os dije que el problema de Catalunya y España no era simplemente una trifulca de nacionalismos. No hay duda, de que los patriotismos siempre recrudecen el conflicto ya que son capaces de atraer a las masas a su causa, sin perder por ello, un ápice de legitimidad, razón de ser, o como quieras llamar al motivo principal que mueve a la causa. No obstante, quedarnos con las banderas y, no con lo que hay detrás, sería un error que nos haría perder el norte de lo que verdaderamente importa. Lo relevante y cuestionable del asunto está en la relación de poder entre el estado central y lo que siempre ha considerado su periferia. Por ello, hoy me dispongo a hablaros citaros sucesos de la historia de nuestro país, la cual está plagada de conflictos con poder central.

Isabel I y Fernando II
En 1479 la Guerra de Sucesión Castellana acababa culminando la proclamación de sus nuevos Reyes: Isabel y Fernando. Dos reyes para un mismo estado que venían de distintos reinos. La primera era  la legítima heredera al trono de Castilla, al menos, para sus coetáneos. El segundo fue el heredero de la Corona de Aragón. Ambos, después de haberse unido en matrimonio en 1469 y ganar la guerra se proclamaron reyes de lo que a partir de entonces conoceríamos como España, o mejor dicho, las Españas. Una monarquía dual en la que los dos soberanos tenían la máxima potestad sobre sus reinos, y que a través su unión, crearían el estado español. Un proyecto ambicioso en el que se pretendía unificar España. Claro que a diferencia de hoy en día, se respetaba y reconocía la exclusividad de los distintos reinos, o al menos hasta el punto en que se podían respetar por aquella época. Era el principio de un tipo de monarquía federada que se unía por voluntad propia y no por la fuerza.


En 1492, Colón, financiado estos mismos reyes, llegaría a América. Dos siglos después España sería un basto imperio donde jamás se ponía el sol. Todo parecía indicar que nuestro país iba a tener años y años de prosperidad. Aunque la historia nos dice todo lo contrario.

Felipe IV y el Conde Duque de Olivares
Si bien es cierto que en el siglo XVII España seguía poseyendo aquel magno Imperio, que era motivo de orgullo, y poco más, había empezado a entrar en un periodo de decadencia. El reino de Castilla había dejado de ser lo que era. De Castilla salieron aquellos hombres e impuestos que fueron clave durante su política hegemónica en Europa. Véase las campañas de Carlos V o Felipe II. Por otro lado, las riquezas que venían de América habían empezado a ser cada vez menores, dado que las rutas comerciales con el continente eran cada vez menos seguras y, su autoridad allí más corrupta. Tampoco ayudaban los acontecimientos internacionales. La guerra de los treinta años (1618 - 1648), entre protestantes y católicos, estaba causando un desgaste desgarrador para España.

Sublevación de Catalunya
El panorama era desalentador y Castilla debía hacer algo para poder seguir estando en primera fila. En consecuencia Felipe IV, aconsejado su válido, el  Conde Duque de Olivares, tan querido aquí en Catalunya (nótese el sarcasmo), habían decidido cambiar las leyes del estado español, de tal forma, que todos los reinos la respetaran y cumplieran. Eso suponía un perjuicio directo hacia instituciones que los diferentes reinos de España ya que mucha de esa legislación anulaba las que ya había. Pero sobretodo significaba someterse a los designios de Castilla. Tampoco los lugareños estaban contentos con el transcurso de la guerra. No porque fueran protestantes, sino porque los ejércitos de mercenarios estaban a la orden del día, y estos se comportaban por allí donde pasaban como auténticos bárbaros sin respetar a las autoridades a las que servían. El conflicto entre el estado central, incapaz de sostener la situación, y la periferia se cocinaba en un caldo de cultivo que acabaría en la Sublevación de Catalunya de 1640. Una sublevación en la que se declaró la República Catalana por Pau Claris, y que produjo el asedio de Barcelona por el cual hoy le debemos el himno catalán de Els segadors. En este caso, el gobierno central acabaría accediendo a seguir manteniendo la exclusividad de la Corona de Aragón, dejando uno de los primeros antecedentes entre lo que iba a ser una constante en nuestra historia: intentos de centralizar el poder en detrimento de lo que Castilla consideraba su periferia.

Felipe V de Borbón
De la Sublevación de Catalunya pasamos a la Guerra de Sucesión de 1714. Anteriormente, Carlos II de la casa Habsburgo muere sin dejar descendencia. Ante eso, Luis XIV, de la Casa Borbón y monarca absoluto de Francia y Leopoldo I, de la Casa Habsburgo y Emperador de el Sacro Imperio Romano Germánico reclamarían su derecho legítimo por estar casados con las hermanas del antiguo rey. La crisis de sucesión ya era un hecho. Dos hombres poderosos ansiaban el trono de España. Sin embargo, lo que declinó la balanza de la Corona de Aragón hacia los Habsburgo fue su compromiso de respetar las instituciones de la su reino. El absolutismo del borbón, no obstante, tenía otros planes para España. No era de extrañar, Leopoldo I era emperador de un Imperio federado, y los borbones, gobernaban Francia desde la centralización del poder de su estado. De ahí lo de monarca absoluto. Luis XIV quería, y en parte, tenía el poder de absolutamente todo su reino. Finalmente, asistiríamos a una guerra por el trono de España que los Habsburgos perderían en favor de Felipe V de España, nieto de Luis XIV.

Mapa de América Latina
Con Felipe V llegarían las Reformas Borbónicas, que buscarían aumentar más el poder del estado central a través de una estructura burocrática superior. A partir de entonces, asistiríamos a la pérdida de autonomía, y a veces incluso disolución, de las distintas instituciones de los reinos de España. Tampoco quedarían exentas las colonias, y en América pronto tomarían nota de ello. De hecho, gracias al Borbón se plantó la semilla que un siglo después germinaría en forma de independencia para todas aquellas colonias. El anhelo de extender y aumentar el poder del estado central en todo el territorio, se devino como un perjuicio directo a las élites locales que allí residían. Por ello, estas, llegado el momento, no dudarían en deshacerse de la autoridad española que había empezado a ser un estorbo más que un apoyo a sus intereses. Todo ello nos lleva de nuevo a la misma constante. Otra vez el estado central, controlado y moldeado a semejanza de la Corona castellana, vuelve a querer imponer su voluntad a una periferia que guardaba diferencias que no estaban disputas a cambiar para ella. 

Llegados a este punto, cualquier podría interpretar que España se encontraba en situaciones límites cuando se decide actuar así. En cierta medida, tendría algo razón. No obstante, de lo que podemos estar seguro y, nosotros que hemos podido ver las consecuencias lo hemos comprobado, es que podría haber optado por otras opciones. La unidad de España es una invención cultural. Un proyecto que nace de los Reyes Católicos y que nunca ha acabado de consolidarse, porque a diferencia de Francia, y muy en semejanza con Alemania, nos hemos compuestos de reinos. No de un solo reino, sino de varios. La única opción que tenía el estado español para consolidar esa unidad era tomando en consideración esta particularidad, y en consecuencia, seguir respetando la federación de los distintos reinos para construir el estado. Por el contrario, hemos visto que la Corona de Castilla, el reino más poderoso de la península, intentaba imponer su hegemonía a todas las demás sin demasiado éxito. Al menos, la historia parece mostrárnoslo así.

Por hoy creo que hay suficiente tralla. Más de la que algunos estáis dispuestos a leer. Así que lo dejaremos aquí, no sin dejaros de prometer, que en el siguiente artículo, seguiré enumerando ejemplos de nuestra historia que puedan ayudarnos a entender lo que hoy ocurre en nuestro país. Tampoco perderé la oportunidad de mostrar mi posición sobre el conflicto. Cual sería la vía que yo tomaría para solucionarlo, sin que ello conlleve menospreciar la vía de la Independencia, ni la del duro castigo que a algunos les gustaría imponer por este desafío (cosa que hemos visto hasta el momento que ha sido un fracaso). Aunque si me gustaría apostillar que cualquier camino que tomemos conllevará una desilusión y desasosiego para partes importantes de nuestra sociedad.

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